Peluquería es una palabra que defino básicamente como el lugar donde me arreglan el cabello, es por eso que ir a la peluquería es una simple necesidad más no una visita de placer ni mucho menos lugar de esparcimiento social. Y seguramente por eso tengo toda una vida asistiendo a la misma recóndita peluquería, propiedad de una peluquera italiana y temperamental muy amiga de mi mamá…
Y luego de tanta desidia estética, ayer fue día de que mi mamá y yo mimáramos nuestras respectivas melenas. Entré al salón pronunciando los joviales buenos días y automáticamente tomé varias revistas que me acompañarían en el asiento apartado del cuchicheo femenino. Pero, esa rutina casi religiosa fue arruinada en esta oportunidad por una (literalmente) mujer alterada de más o menos 70 años, quien no dejaba de quejarse del olor y ardor que le producía el tinte en su cabello.
“Tienes un cabello hermoso… yo lo tenía así”, alcé la mirada, sonreí cordialmente y regresé mi atención a la revista. “Ya no es lo mismo que antes, se me cae a cada rato, eso desde la enfermedad de mi esposo…” y cuando dijo eso, cerré la revista pues sabía que no podría escapar de mi trabajo a medio tiempo de psicólogo. La señora relataba la triste historia de su esposo batallando contra el cáncer al tiempo que sus lágrimas caían y mi ansiedad se incrementaba… ¡Dios mío!, ¿Cuándo terminarían de secarle el cabello a mi mamá y poder huir de esa situación?
Luego de minutos, que parecieron siglos, llegó mi turno, así que apenas me senté, expliqué a mi peluquera lo que quería para mi cabello. Cinco veces repetí las mismas instrucciones: solo quiero que cortes las punticas, 3 dedos máximo, lo quiero largo, el flequillo a nivel de la mitad de la nariz, solo degrafilar. Cinco veces porque primero soy una “control freak” y segundo porque la paciencia de mi peluquera estaba en niveles mínimos gracias a la señora parlanchina y su exasperante “me arde, huele, falta tinte, huele, arde” que decidió reproducir justo cuando la navaja en la mano derecha de mi peluquera se acercaba a mi cabello en su mano izquierda. Al borde de sufrir un infarto al miocardio empecé a exclamar como loca: “cuidado, cuidado, quiero el mismo largo, solo las punticas, ¡PUNTAS!”
Terminada aquella traumática experiencia me paré huyendo ahora de la señora que aparentemente tía Josefina había contratado para encargarse de la limpieza, ella barría desaforadamente los cabellos y yo ágilmente esquivaba la escoba, recordando aquella creencia de “si te barren los pies, no te casaras nunca”… muchas gracias abuelas venezolanas por fomentar miedo a través de tan absurdas supersticiones.
Ya en el carro, revisaba mi nuevo corte. Mi mamá hacía lo mismo en el espejo del copiloto mientras le comentaba a mi papá que “llegó una señora a cortarse el cabello y se puso a barrer los cabellos del piso porque a ella le gusta hacerlo”, tal comentario me sacó de mi abstracción con mi flequillo recién cortado… ¿esa tipa no trabaja con Josefina?, pregunté atónita… “no, ella es abogada”… y la abogada fetichista de cabellos fue el cierre con broche de oro para tan chiflada visita a la peluquería…
Foto de "antes" superior izquierda.
Foto de "despues" inferior derecha.
Si, lo se, practicamente lo mismo... so?
3 comentarios:
Pioja
Bueno niña no puedo negarlo mi personaje favorito es la abogada con fetichismo de barrer cabellos, de verdad le da un giro a la historia no esperado, jejeje.
Estoy cada vez mas convencida de ke no debo ir a cortame el cabello donde josefina, es como el mundo de lo absurdo, mejor me kedo con mis peluqueras particulares marvi y tu.
Jajajaja... Josefina deberia poner debajo del nombre de la peluqueria (ahora que lo pienso, tiene nombre?) "no apto para cardiacos..."
Pioja
Jajajajaj, la verdad es ke creo ke no tiene ni nombre, jajajaja!!!
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